Con la presente exposición trato la violencia y alguno de sus medios de perversión, concretamente cómo ésta se disfraza y cómo se ejerce sobre aquellos a los que podemos manejar con facilidad o sobre los que tenemos poder.
Ositos de peluche manipulados, sacados de su contexto y humanizados (recordamos escenas similares en las que había personas en su lugar).
La obra fundamental es una pieza que funciona como segundo suelo, hecha con 818 osos de peluche cosidos entre sí, de forma y dimensiones variables - aproximadamente 30 m2 -. Esta obra, de alguna manera, procede de mi trabajo fotográfico anterior: Ositos I, del cual se puede ver un libro y ampliaciones en la galería.
Los ositos de peluche encarnan una imagen de la inocencia y de la candidez, pero también de la debilidad, de la sumisión y de la impotencia. Crear un suelo de ositos de peluche quiere ser una forma de hablar de la violencia de ciertos juegos en los que los signos son pervertidos y las categorías redefinidas no en función de una realidad, sino de unas reglas preestablecidas. Estos son ositos de peluche obligados a permanecer juntos por los hilos que les unen las piernas, los brazos y orejas, de la misma manera que se apilan los cadáveres tras una masacre humana. Son formas de humillación sofisticadas, formas en las que los signos son pervertidos; como por ejemplo, convertir tras la muerte a las personas en jabón. Así, no sólo son tratadas como enemigos a aniquilar sino que son reducidas a objetos. Su muerte es funcional, tiene una finalidad: limpiar y desinfectar el cuerpo de sus verdugos. La funcionalidad hace que las personas se entiendan como no personas. Engordar animales domésticos para comerlos o cazar animales salvajes para hacer lujosos abrigos de piel no es tan distinto de convertir personas en jabón, pero la crueldad queda disfrazada por un juego de inversión, de denominación y de confusión de valores, según el cual si la persona es convertida en jabón es porque ya no es persona, es un animal, un objeto o una máquina de producción y por lo tanto tiene que servir a los hombres.
Uno de los símbolos de la inocencia y de la niñez se pone a nuestros pies probablemente para ser pisado (esa es la función del suelo o piso). La ternura es alfombra. El espectador llama a la galería. La puerta se abre. No ve nada en las paredes. El suelo está lleno de ositos de peluche. ¿Habrá algo más dentro? Quizá pasa, quizá no; quizá se descalza, quizá no. Más ositos en el suelo. Los ha pisado.
Jana Leo
07.07.1999